LA RADIO COMO SISTEMA DE COMPARTIR PASIONES

LOS 39 SONIDOS es un programa de radio que se escapa a las funciones tópicas de un espacio musical al uso. La idea es la de compartir sensaciones sónicas a través de un pequeño/gran club de apasionados por melodías creativas.
Combinando canciones del pasado con composiciones del presente, recuperando discos mágicos añejos y mezclando esos sonidos con algunos discos que surgen de ahora mismo y que nos dan a entender la necesitad de vibrar tanto con lo de antes como con lo que nos rodea, huyendo de las vulgares interpretaciones de las multinacionales, que corroen la creatividad.
Este es un programa de canciones, de buenas canciones, nuestras mejores amigas; pero también es un programa de gente que crea arte sónico, que hace discos eternos o, por lo menos, que son eternos durante un periodo que nos hace las cosas más dulces.
En fin, hablamos sobre sentimientos que provocan los decibelios, discos,canciones, discos y canciones.
LOS 39 SONIDOS se emiten cada lunes en directo, desde las 9 hasta las 12 de la noche y es grabado instantáneamente para ser colgado al día siguiente.
Pero, para degustar el programa en cualquier momento y desde cualquier lugar, lo mejor es ir a: http:los39sonidos.podomatic.com
Buen provecho!

jueves, 1 de marzo de 2012

RICK GRIFFIN, EL ARTISTA ACIDO


Cuando pensamos en una generación, inevitablemente nos fijamos en referentes que sirvan de iconos para recordar la idea de lo que la rodeó. El llamado “flower power” estuvo plagado de iconos, incluso es difícil elegir uno para cada concepto, porque estaba rebosante de personalidades con talento que vibraban al unísono con la música, un sonido que salía por los poros y se trasladaba por sensaciones.
En la época gloriosa del hippismo hubieron innumerables creadores junto a los músicos; si pensamos en comic sería complicado (e injusto) elegir entre Gilbert Shelton o Robert Crumb; si intentamos buscar un poeta, la evidencia nos trae a Allen Ginsberg; un ideólogo podría ser Timothy Leary, con permiso de provocadores más enérgicos, como John Sinclair; un actor, clarísimo, Peter Fonda (uhmmm, seguro que algunos meditarían entre Jack Nicholson o Dennis Hopper); sería más arriesgado pensar en un cineasta, porque igual Jonas Mekas se decantaba más por el rollo de la otra costa, tan warholiano él. De lo que no hay ninguna duda es en la elección del cartelista, el ilustrador de aquel movimiento contracultural, casi con letras destelleantes brilla el nombre de un genio llamado Rick Griffin.


El trabajo de Griffin como cartelista es la misma descripción del estilo psicodélico, creando tipografías que han perdurado como simbología del género y dibujos ligados a los grupos y al sonido con el que se relacionaban. Portadista de algunas obras mayores de finales de los 60 y correligionario de lumbreras que caminaban por planetas paralelos cuando había que hacerlo.
Nacido en Palo Alto, California, en 1944 y vinculado a la cultura nativo americana debido a que su padre era arqueólogo aficionado, la experiencia india le influenció enormemente en su posterior trabajo. Pero su primera pasión fue el Surf, introducido por su amigo Randy Nauert (que formaría luego los excitantes The Challengers). Los dibujos de surfers y estética de ese palo le permitieron entrar en el staff de una revista de comics estrechamente relacionada con la escena surf, Surfer magazine, la primera posibilidad de demostrar su talento con el personaje de Murphy, que acabó siendo la mascota favorita de gran parte de los grupos californianos de aquellos primeros sesenta.




Planeando un viaje a Australia, lugar idóneo de la cultura surf, acabó decidido a vivir en san Francisco. Devoto de los coches, como buen Hot Rod, estuvo a punto de perder la vida en un accidente de tráfico que cambió todas sus perspectivas y le hizo ser mucho más reflexivo con las cosas que le rodeaban; de alguna forma fue su ruptura con la vivacidad del surf y el abrazo a tesituras más cerebrales como la incipiente psicodelia. Aún así, debido al accidente, su rostro cambió por completo, así como la vista de uno de sus ojos.







Metido en el Chouinard Arts Institute e involucrado en un proyecto global con músicos y artistas de todo tipo, viaja a México en 1966 junto a su compañera sentimental para experimentar y buscar nuevas inspiraciones para sus dibujos. En su retorno a SF se encuentra de bruces con el llamado “Summer of Love” y con la ideología hippie, que le salpica irremediablemente, a pesar de no rehusar su antigua pasión surfer. Todo ello da de sí una serie de carteles y dibujos para gran parte de los eventos que se realizan en California, incorporando a su estilo ojos surfistas, escarabajos y calaveras, junto a una forma muy peculiar de hacer las letras. A partir de ese momento es casi imposible disociar cualquier concierto del Fillmore, cualquier actividad de la zona de Haight Ashbury de los dibujos de Griffin, además de trabajar junto a colectivos como Family Dogg y la cartelería del Avalon Ballroom, culminado por el diseño de la portada de uno de los discos definitorios del hippismo, el “Aoxomoxoa” de Grateful Dead.


Su actividad es imparable, además de todo lo dicho, entra en las revistas Zapp y Tales From The Tube, símbolos de la renovación del comic estadounidense, llamado “comix underground”. Es el mejor momento en la carrera de Griffin, que sufre, como muchos, la caída emocional del hippismo y la debacle generada por la administración para acabar con el movimiento de cambio que ya estaba haciendo tambalear los cimientos del estilo de vida típicamente americano.
Como ocurrió con muchos de los ideólogos (Donovan, Ginsberg o Garcia, entre otros) el advenimiento del hippismo dio lugar a búsquedas muy distintas para cada uno de ellos, intentando suplir el grado emocional que perdían; a Griffin le acercó al cristianismo, lo que le hizo perder casi todo su sentido del humor y cierto tono ácido que se veía en sus dibujos. Según él, el concepto de la ayuda a los demás que popularizaba la figura de Jesús, representaba lo más cercano a lo que se había vivido en San Francisco a finales de los 60, pero ya nunca fue el mismo, aún siendo un magnífico ilustrador, en su última obra ya no hay estilo cáustico, sino sumisión a la doctrina cristiana.


















A Rick no le hacía falta mucho más, fue un artista nato, con diseños famosos como el logo de la revista Rolling Stone, sus carteles para Jimi Hendrix, The Doors, Janis Joplin, Quicksilver Messenger Service (era muy amigo de John Cipollina) y tantos otros adalides del “movement”. Pero parte de la esencia se había ido con el ideario muerto. Pese a todo, su fama fuera de USA crecía y acabó exponiendo en toda Europa, viviendo en Francia, norte de España y Amsterdam, ciudad que le recordó enormemente a su nido de juventud.


En los 80 siguió colaborando con la música y diseñando portadas (por ejemplo, para The Cult), aunque no del mismo modo que en los tiempos del Haight Ashbury.
Murió en 1991, tras un grave accidente con su Harley Davidson. Una pérdida que lamentó toda la comunidad de San Francisco, a la que había regresado tras olvidarse un poco de sus convicciones religiosas.
Rick Griffin es el ejemplo del arte visual ligado a la música, algo que se desestima últimamente, pero que debe condicionar favorablemente cualquier edición sónica, ya que es enriquecedor que la música mantenga un pulso hermanado con otras artes plásticas, de las que se nutre y a las que alimenta con su inspiración, la gran aliada de una mente brillante como la de Rick Griffin, el ilustrador del hippismo.



















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